El juego simbólico como expresión del mundo emocional infantil.
Por qué
tener tiempo para jugar es una prioridad
La mayor
importancia del juego se halla en que el niño lo disfruta de modo inmediato, y
ese disfrute se hace extensivo al de la vida. Pero el juego tiene otras caras,
orientadas al pasado y al futuro, como el dios Jano. El
juego permite a la niña o al niño resolver simbólicamente problemas que
quedaron pendientes en el pasado, y afrontar directa o simbólicamentepreocupaciones
presentes.
Los
psicoanalistas infantiles han ampliado las percepciones de Freud, que
reconocían los múltiples problemas y emociones que los niños
expresan por medio de sus juegos; otros han demostrado cómo los niños se valen
de los juegos para resolver y dominar dificultades psicológicas muy complejas
del pasado y del presente. Tan valioso es el juego en ese sentido que la “terapia por el juego” se
ha convertido en el procedimiento principal para identificar problemas y
ayudar a los niños pequeños a vencer sus dificultades emocionales. Freud dijo
que el sueño es el “camino real” hacia el inconsciente, y, en efecto, lo es
tanto para los adultos como para los niños. Pero los juegos espontáneos
son el “camino real” que lleva al mundo interno consciente e inconsciente del
niño; si
queremos entender su mundo interno y ayudar al niño en relación con él, debemos
aprender a andar este camino.
Basándonos
en sus juegos, podemos comprender cómo un niño ve e interpreta el mundo; lo que
se gustaría que fuese, cuáles son sus inquietudes, qué
problemas le acosan. Por medio de sus juegos el niño expresa lo que le costaría
mucho manifestar con palabras. Ningún niño juega espontáneamente solo para
matar el rato, aunque así lo crean él mismo y los adultos que le observan.
Incluso cuando juega en parte para llenar momentos vacíos, el juego se
elige motivado por procesos internos, deseos, problemas, ansiedades. Lo que está
sucediendo en la mente de la niña o el niño determina sus actividades lúdicas;
el juego es su lenguaje secreto, que debemos respetar aunque no lo
entendamos.
Hasta el más
normal y competente de los niños tropieza con muchas dificultades que le
plantean problemas aparentemente insuperables en la vida. Pero por
medio de sus juegos, abordando de uno en uno los aspectos del problema, del
modo que él o ella escoja, puede hacer frente a dificultades muy complejas
en un proceso paulatino. El
juego suele tener una clave simbólica y no racional, que
ni siquiera él o ella pueden entender (¡(ni los adultos!), reaccionando
ante procesos internos que desconocen , y cuyo origen puede estar
enterrado profundamente en su inconsciente.
Esto puede
dar por resultado juegos que para nosotros tienen escaso sentido de momento, o
que incluso pueden parecernos poco recomendables, ya que no sabemos cuál es su
propósito ni cómo terminarán. Por eso, cuando no hay ningún peligro
inmediato, lo mejor suele ser aprobar los juegos del niño sin
entrometerse solo porque están absorto en ellos. Aunque
bienintencionados, los esfuerzos de los adultos por ayudarle en sus luchas
pueden desviarle de buscar, y a la larga encontrar, la mejor solución. Lo más probable es que nuestra
intervención distraiga al niño de sus propósitos, porque nuestras sugerencias
tenderán a tener sentido en un nivel consciente, y por lo tanto, parecerán
convincentes al niño, en el que es fácil influir, pero no nos
estaremos percatando de las presiones inconscientes que está afrontando. Y puede ocurrir que, al darle
consejos “razonables”, le impidamos dominar las dificultades psicológicas que
le acosan.
A decir
verdad, un niño puede jugar para curarse, como ocurre cuando los niños cuidan
muñecas o animales disecados o de verdad, tal como desearían que sus padres les
cuidasen a ellos, y de esta manera tratan de compensar por delegación
deficiencias percibidas. Por desgracia, con frecuencia los
adultos no aciertan a reconocer el significado de los juegos infantiles y se toman la libertad de
entrometerse. Insensibles al significado profundo de juegos
repetitivos y en apariencia tontos, pueden privar a sus hijos de la oportunidad de pasar horas interminables
haciendo una y otra vez lo que parece ser lo mismo. Solo raras veces, de
hecho, repiten exactamente la misma secuencia de juego exactamente con los
mismos detalles. La observación atenta revela cambios minúsculos de la pauta
que reflejan las direcciones variables que toma el juego si se le deja seguir
su propio curso. Y cuando digo que no hay ninguna variación -cuando el juego es
idéntico de un día u otra al siguiente- este hecho mismo lleva un mensaje significativo.
La verdadera repetición en las pautas de juego es una señal de que la niña o el
niño está luchando con cuestiones de gran importancia para él o ella, y que, si bien aún no ha
podido encontrar una solución del problema, continúa buscándola por medio del
juego.
Para muchas
experiencias humanas, hay un periodo óptimo en que benefician al máximo nuestro
desarrollo; si no las experimentamos en ese momento, puede que nunca tenga un
impacto tan constructivo en la formación de nuestra personalidad. La edad del
juego simbólico (que se produce de modo natural entre los 2-3 años y los 7
años) es el momento correcto para tender el puente entre el mundo del
inconsciente y el mundo real. De hecho, ésta es la principal tarea de
desarrollo en esta etapa. Ya más avanzada la vida, cuando los dos mundos
llevan demasiado tiempo separados, quizá resulte imposible integrarlos, o
cuando menos, integrarlos muy bien. Por eso algunas personas que no han logrado
efectuar esta integración huyen hacia un mundo de fantasías con la ayuda de las
drogas, mientras que otras llevan a cabo grandes esfuerzos intelectuales por
alcanzar tal integración, por ejemplo, por medio de alguna terapia psicológica.
Bruno Bettelheim
Extraído de “No hay padres perfectos”
Extraído de “No hay padres perfectos”
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